El personaje.
Por lo general nunca somos lo que somos sino lo que ven que somos. No la persona sino el personaje. Un personaje en parte creado por nosotros mismos en base a nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestra necesidad de empatizar y, como no, nuestros más íntimos temores y frustraciones.
Pero también un personaje modelado por influencias externas …
La fractura.
… influencias externas como los convencionalismos, los deseos de terceros, el instinto de posesión que, ejercidas con mayor ansia sobre la mujer, llegan a fracturar el alma contenida, la misma esencia, de la persona que “vive” dentro del personaje.
Una fractura que, en multitud de ocasiones, corroe la máscara del personaje creado dejándolo a merced de las más viles pasiones.
La soledad íntima.
Puedes correr pero no esconderte. Vivir deprisa no es más que una huida hacia delante.
En ocasiones hay que parar. Refugiarse en la zona más íntima y desconocida de nuestra soledad y hacer balance de daños para quitarnos la costra de inmundicia acumulada. Y sobre todo
desprendernos de aquellos que no nos aportan más que dolor y frustración.
Pero eso no basta …
La liberación.
… solo si desde la intimidad de la soledad somos capaces de analizar y evaluar cuantas de nuestras pasiones, aparentemente placenteras, nos dejan en manos de intereses espurios seremos capaces de convivir en armonía con nuestros defectos y nuestros errores. Reconociéndolos podremos llegar a respetarnos y a querernos.
Queriéndonos a nosotros mismos podremos llegar a amar de verdad y no a necesitar. Amando podremos incluso ser amados … y no sólo deseados.